Por Stefan Vogel, director ejecutivo del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (CIGIDEN).
La impactante campaña de CONAF nos recuerda la importancia de protegernos y cuidar nuestro entorno de manera colectiva. Asimismo nos recuerda que los desastres no descansan ni entienden de celebraciones, por lo que estar preparados puede marcar la diferencia en situaciones inesperadas.
No son pocos los eventos que se han producido cerca de fin de año: el terremoto de Kobe en Japón del 2 de enero en el año 1995; el tsunami en el Océano Índico del 26 de diciembre en el año 2004; el terremoto de Melinka en Chiloé, ocurrido un 25 de diciembre en el año 2016; la erupción del volcán Etna en Italia un 24 de diciembre en 2018; los incendios de Viña del Mar que se iniciaron el 22 de diciembre del 2022; por último, no podemos dejar de nombrar el terremoto de la península de Noto en Japón, que tuvo lugar el primer día del año 2024.
Durante estas fechas, en las que nos reunimos para compartir las festividades de fin de año, es importante recordar que nuestra geografía conlleva un sinfín de amenazas naturales capaces de desencadenar desastres. Es una oportunidad para conversar en familia sobre nuestras propias vivencias ante estos eventos, que forman parte de nuestra historia colectiva e identidad.
La memoria de los desastres es clave para crear comunidades resilientes: nos recuerda que vivimos en un territorio expuesto a distintas amenazas naturales y nos entrega información – tanto aciertos como errores – para estar mejor preparados frente a futuros eventos.
Contar con un plan familiar, saber cómo actuar ante un desastre y fomentar una cultura de prevención son actos de responsabilidad, cuidado mutuo y uno de los mejores regalos que podemos entregar a los más jóvenes.